- EL MERIDIANO DE CÓRDOBA

7088: un romántico en el caos
Por Carmen Amelia Pinto*.
7088 no es el numero ganador de la lotería de anoche, aunque puede ser. Es el número de un bus climatizado que circula por la ruta Ceretè-Montería, en Córdoba, Colombia, con una particularidad que lo hace único en esta región: su conductor es culto, amable y decente, y la música que se escucha son baladas clásicas de las décadas del 60, 70 y 80 del siglo XX.
Hoy es martes, día sin moto en Montería, y el tráfico es un caos. La mañana despertó triste y mojada y se levantó una hora tarde, porque a las seis parecían las cinco, y a las siete, las seis. Por eso todos están atrasados, y esperan, en tumultos que parecen masas, el bus de sus destinos diarios.
El 7088 es el de turno, en una sola estación se ha llenado. Solo queda espacio para que el aire respire. Las jóvenes que ocupan los asientos terminan de maquillarse y peinarse y luego se dedican a chatear en sus celulares de última gama; una señora anciana, con poca movilidad, queda de pie. Al fin, un caballero —sí, aún existen—, casi tan anciano como ella, le cede el puesto; un niño llora; un vendedor de pan no encuentra dónde colocar su caja y se la pone en la cabeza; varias sombrillas chorrean agua y mojan a los desprevenidos; un hombre con apariencia de Quijote estornuda repetidas veces sin ninguna protección. Y allí, en medio de todas estas prisas encontradas, suena la voz de susurro de Roberto Carlos, el Rey, diciendo que el gato que está triste y azul, nunca se olvida que fuiste mía.
Sí, este es el único bus que pone música de verdad. Los demás adormecen el corazón y los sentidos con champetas pornográficas a todo volumen, o emisoras que se burlan de los oyentes, o que, con una pésima imitación de cachacos o de gais, emiten chistes obscenos en cualquier horario. Allí el trayecto se hace largo, porque solo piensas en librarte de esa bulla y de esos conductores groseros, que si le pides el favor de quitar «eso», te dicen que si no te gusta, te bajes.
Entonces, transportarse en el 7088, es encontrar un oasis en el desierto, es agradecer que aún haya gente que ame la belleza.
Ahora es Leonardo Favio, con su voz ronca, quien cuenta la historia triste del niño y el canario, mientras el conductor, un moreno de rostro indefinible y edad estacionada, le explica amablemente a la joven de minifalda, que debe cargar al niño para que no marque el pasaje. Los Pasteles Verdes, con acento que enamora, le piden al reloj que no marque las horas porque van a enloquecer; el señor Rafael Ruiz —ese es su nombre, aunque le dicen El Yogui—, les pide el favor a los que obstaculizan la puerta, que dejen pasar a los demás pasajeros.
En la Universidad Pontificia Bolivariana, con sonido de fondo de Juan Gabriel, diciendo que no tiene dinero ni nada que dar, se quedan los primeros pasajeros. Dos se han bajado sin pagar. El conductor sabe que él los pierde, pero no se desespera. En la Universidad de Córdoba se presenta el mayor caos. Allí se queda el 60 % de los ocupantes del bus. Todos quieren salir de primero y se forma el tumulto en la puerta, mientras se escucha a Sandro de América, voz cercana al llanto, pidiendo una muchacha y una guitarra para poder cantar.
En la Universidad San Martín hay trancón por protestas de los estudiantes. Mientras repaso, en la primera silla, para mi trabajo de memoria el primer capítulo de Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez, ahora con sonido de fondo de Diego Verdaguer, que nos recuerda que un año no es un siglo y él volverá, Rafael mira hacia mi libro y me dice: «Yo leí tres cuentos de García Márquez cuando estaba en el colegio y lo pinté, rodeado de mariposas amarillas. Me gusta porque tiene palabras comunes y las historias son reales. Hace poco releí el del general malo que le sacan la muela con dolor». Luego afirma: «Escucho música romántica porque tiene mucho de poesía, frases que llegan al corazón y relajan mi mente».
Habla bien y coherente. Sabe de baladas, de boleros y algo de salsa. Es bachiller con buen puntaje y empezó una licenciatura en matemáticas; pero los vericuetos de la vida lo llevaron a rodar por las carreteras de Córdoba, acompañado siempre por las viejas melodías. Entonces recuerdo un reciente evento literario, inaugurado por tres de nuestros dirigentes culturales, que no dijeron una sola frase acorde con el momento poético. Pienso que el destino, como las carreteras, tiene trancones, curvas, huecos y accidentes que enredan las profesiones.
Una joven hermosa, cabello lacio, largo y negro, como la que describe ahora Daniel Magal en Cara de gitana, le dice al chofer que ella se queda ahí. Él la mira, y por un momento se pierde en sus ojos grandes color café —como Otto René Castillo, cuando se perdió en el fondo de una mujer y no volvió a encontrarse jamás—, le da el vuelto, ella le da las gracias, y él le responde: «siempre para servirle».
Hemos avanzado un poco, cuando Heleno, con la voz tan limpia como su cabeza, intenta comprar a la chica de la boutique; yo recuerdo a mi madre, la culpable de que esta canción sonara en un programa de porros, allá en el año de 1974.
La lluvia se ha cansado y se ha ido, enseguida, pisándole los pasos, un sol lujurioso arremete en el ambiente. El conductor fornido, con apodo de osito tierno, quien está trabajando desde las cuatro de la mañana, dice que le gusta el teatro y que hizo parte de un grupo en sus primeros años de colegio.
Ya hemos llegado al centro de la capital cordobesa. Su rostro muestra ahora algo de desesperanza. Entonces pienso que este conductor, que sabe más y se expresa mejor que nuestros dirigentes culturales regionales, como la melodía que ahora suena, en la voz de cálido rocío de Piero, tiene la tristeza larga de tanto venir andando.
* Narradora, ensayista y gestora cultural nacida en Cereté, miembro de El Túnel. Autora del libro de relatos Cuentos para comenzar la noche.