LATITUD
América, atravesada por el mito y la leyenda
La historia de América está atravesada por el mito y la leyenda. No es nada nuevo. Es más: está construida a partir del mito y la leyenda. Por ello no es de extrañar que lo insólito y la desmesura, la magia y la brujería estén en sus páginas más memorables. Desde la primera carta de Colón a los Reyes de España, cuando expresa su sorpresa, por ejemplo, por el color de canario de los aborígenes, empieza a palparse el mundo diferente y extraño de lo que después se llamaría América.
Así, los Cronistas de Indias, en su peregrinar por el continente, testimonian haber visto u oído que alguien vio hombres con un solo ojo en la frente, sirenas, amazonas, sapos del porte de una silla, hojas que caminan, flores que poéticamente se transforman en mariposas, árboles que son también animales, hombres con cola.
En el libro I de La historia de las Indias, de Bartolomé de las Casas, por ejemplo, se narra un episodio escalofriante sucedido en la Isla de La Española (hoy República Dominicana y Haití) y que es conocido como “El relato de los descabezados”. Cuenta el padre de las Casas que una vez, en pleno mediodía, por las calles de La Isabela, apareció un grupo de hombres muy bien vestidos con sombreros a la moda, como se usaban en la España de la época. Dos amigos que estaban por ese sitio se admiraron de ver gente nueva, tan bien ataviada, pero de la cual no tenían noticias, pues en la isla se sabía todo. Los dos amigos, al pasar frente a ellos, los saludaron y les preguntaron cuándo habían venido y de dónde procedían. Los hombres recién aparecidos no contestaron. Echaron las manos hacia arriba, quitaron sus sombreros, y al quitar los sombreros también quitaron las cabezas de sus cuerpos, quedando descabezados. Luego, desaparecieron. Todos los que lograron ver el terrible episodio quedaron aterrorizados y pasmados durante varios días.
Carátula del libro escrito por el sacerdote Bartolomé de las Casas, ‘Historia de las Indias’ .
Desde estas primicias el acervo de leyendas de América, y de hecho en nuestro Caribe y en nuestro Sinú, no ha dejado de crecer. Por esto es muy fácil escuchar a veteranos de la vida aconsejar que no se debe sembrar árboles que demoren para frutecer más de 25 años, pues de lo contrario se muere la persona que lo sembró; que hay vegetales que no dan frutos mientras esté viva la persona que los plantó, y que apenas ésta fallece se derrama en flores y frutos. Que el tamarindo trae mala suerte. Que el totumo es un árbol diabólico. Y que el guayacán es brujo.
En el Caribe, verbigracia, hasta hace pocas décadas, los viejos recordaban a Juanita García, la bruja más famosa que hubo en la Colonia, que fue juzgada por el Santo Oficio en Bogotá, y se salvó de morir quemada por las influencias que tenía entre los altos heliotropos del gobierno colonial. Pero que Hermenegilda Barreto, una bruja de Malambo, a quien llamaban Ña Mareja, no corrió con la misma fortuna; apresada en 1830 por orden del alcalde de Cartagena, don Francisco de Zubiría, murió en la cárcel, pues no logró arrancarse las piernas para escaparse por la ventana. Y que conste que no hemos dicho una sola palabra sobre las brujas de Tolú, San Carlos y Caño Viejo Palotal, que bastante y merecida fama tienen esas damas en estas provincias de Dios. Damas del aquelarre en los revolcaderos de burro de toda la costa Caribe.
Ño Pérez, un personaje que trae Jesús Cárdenas de la Ossa en su libro Lo que no erradicó la inquisición (s.f.), cuenta, precisamente, que para obtener licencia para volar, el diablo convoca a las aspirantes a un cementerio a las 12 de la noche, y allí aparece convertido en perro negro o caimán echando candela por la boca y por el trasero. Emborracha a las pretendientes y se las va tragando. Después, las defeca. Las que no se someten a esa prueba no pueden volar ni pueden transformarse en animales: quedan convertidas en brujas tierreras. Y sólo poseen poderes para divulgar rumores y chismes. Es decir, si le creemos a Ño Pérez, las chismosas son brujas fracasadas, brujas que no pudieron graduarse.
El novelista y narrador cubano Alejo Carpentier es precursor de la categoría estética ‘lo real maravilloso’.
En medio de ese abigarrado panorama metafísico, del cual se ha expuesto una ínfima muestra, se han levantado los pilares de nuestra cultura popular y la esencia básica de nuestra antropología. De esa realidad han surgido categorías estéticas: lo Real Maravilloso en pluma del maestro Alejo Carpentier, y el Realismo Mágico, cuya máxima expresión en la novela es Gabriel García Márquez. Conocer e investigar este panorama no es estimular la penumbra de la superstición, sino ser conscientes de que gran parte de él ha contribuido a edificar nuestras creencias, y es adquirir la conciencia de que nuestra identidad cultural se nutre de lo natural y de lo sobrenatural, de lo real y de lo mágico, y que esas son nuestras peculiaridades metafísicas desde los tiempos en que estalló el primer trueno sobre los cielos de América.
Gabriel García Márquez es el pionero y máximo exponente del ‘realismo mágico’.