LA VOZ DEL PUEBLO

La voz del pueblo

A propósito de la reciente decisión griega de seguir siendo parte de la Unión Europea.

Por: José Luis Garcés González *
 La voz del pueblo

La consulta popular que Grecia realizó el 5 de julio para que el pueblo decidiera si se quedaba o se salía de la Zona Euro y acataba o rechazaba las exigencias del Banco Central Europeo (BCE), tiene en ese país una larga tradición que quizás empieza con la creación de la palabra democracia”.

Se equivocan los que consideran en el Viejo Continente que la consulta realizada fue una traición a Europa o que fue una jugada para alargar o sabotear las negociaciones con los magnánimos banqueros. Siempre los griegos antiguos consultaban antes de definir algo. Ya sea al oráculo, del cual es muy conocido el de Delfos, aunque también existieron los de Dídimo, Dódona y Olimpia, o a las reuniones en el ágora o a un consejo de ancianos. Pero hubo una consulta que se destacó en la historia. Fue la del juicio que se convocó para dirimir si Sócrates era culpable de pervertir a la juventud y no adorar a los dioses establecidos.

Sócrates fue considerado culpable, en una votación de 280 contra el filósofo y 220 a favor. Él quiso establecer unas negociaciones para canjear la pena, pero fueron consideradas poco serias. Descartada cualquier transacción, le fue dictada la pena: condenado a muerte, por 360 votos contra 140, incluidos entre los que optaron por la pena capital, lógico, varios de sus antiguos discípulos. Sócrates no quiso huir y despreció cualquier propuesta que eludiera la decisión legal. Sabían él y varios de sus allegados que era excesiva e injusta la pena, pero él quiso dar ejemplo de coherencia, de cercanías entre lo que se dice y lo que se hace. Así, se bebió la cicuta y empezó a morir por la punta de los pies, no sin antes advertirle a Critón que había que pagarle la ofrenda de un gallo que se le debía a Esculapio.

Una mirada al teatro griego nos señala varios ejemplos de consulta al pueblo para tomar alguna decisión. Examinemos lo que ocurre en Las suplicantes, de Esquilo, el más veterano de los trágicos griegos, partidario de utilizar el dolor humano como tema de sus creaciones y el tragediógrafo que incluyó la presencia del segundo actor en las presentaciones teatrales. La obra, que data del año 463 a. de C., tiene como argumento la llegada a Argos de un grupo de 50 mujeres procedentes de Egipto, las llamadas Danaides, quienes huyen de 50 primos que quieren tomarlas a la fuerza como esposas. Vienen acompañadas de Dánao, su padre. Las mujeres se resisten y ya en Argos se declaran sumisas a Zeus y solicitan, por medio del corifeo, que se les dé protección y asilo. Pelasgos, el rey de Argos, escucha la petición. De entrada sabe que se le puede avecinar una desgracia: si acoge a Las suplicantes, irrita a los egipcios que están bien equipados militarmente; y si las rechaza, para evitar una confrontación, provoca la furia de Zeus. Qué dilema.

A su mente acuden las posibles recriminaciones de su gente si se equivoca en la elección. Y piensa en lo que le espetarían: “Que nunca pueda decirme el pueblo, si alguna vez ocurre algún mal: ‘Por honrar a unos extranjeros has perdido la ciudad’”. Todo este drama incomoda a Pelasgos, y en un rapto de iluminación decide que sea el pueblo el que decida si acepta o no las súplicas de las 50 mujeres y opta por una consulta popular. En esencia, lo que ellas piden es que no las obliguen a querer a quien no quieren y que les den libertad para disponer de su cuerpo y de su sexualidad. Algo, 26 siglos después, muy contemporáneo.

La consulta se organiza y se realiza, y el resultado indica que debe protegerse a las portadoras de la súplica. Ganaron Las suplicantes.

Desde hace 2.500 años se representa una obra titulada La asamblea de las mujeres (392 a. de C). Es de Aristófanes, comediógrafo satírico y humorístico que escribió 44 obras de teatro, de las cuales se han conservado 11, más simpatizante de la monarquía que de la democracia. El tema central de la obra es la rebelión de las mujeres de Atenas contra el gobierno de los hombres. Quieren las mujeres el poder y para ello, dirigidas por Praxágora, que nos recuerda a Lisístrata, también de Aristófanes, urden una conspiración en la fiesta de los Escirios. Para hacer mayoría, deciden asistir vestidas de hombres a la Asamblea que se va a realizar próximamente y quedan de verse antes de que amanezca, pues estas reuniones empezaban muy temprano. Dejan dormidos a sus maridos, y se encuentran en un sitio preestablecido. Cada una lleva algún aditamento masculino para ponerse, ya fuese barba abundante o túnicas, mantos, zapatos, pantalones, sombreros, pelos para los sobacos. Se disfrazan de hombres y asisten a la Asamblea.

Después de varios discursos de las travestidas, en los cuales se elogian las capacidades de las mujeres, la consulta la ganan las féminas e instauran un gobierno en que se dan gratuitamente, a cambio de la entrega de los bienes, casa, comida y atenciones diversas a todos los atenienses. Incluso, se otorgan algunos derechos muy singulares, como el de que cualquier hombre puede acostarse con cualquier mujer siempre y cuando sea fea. U otro que pregona en aras de la justicia que “cuando un joven desee una muchacha no deberá tener comercio con ella antes de haber calmado a la vieja. Si él se niega y sigue deseando a la joven, las mujeres maduras podrían arrastrar al joven agarrándolo del clavo”. Se ejercía, pues, una especie de comunismo primitivo, y la “igualdad era obligatoria”.

Esta obra, que ha sido comentada por helenistas y politólogos, y en ella algunos sitúan los orígenes de la idea socialista, mantiene la vigencia en los tiempos en que las mujeres exigen equidad laboral, social y sexual. Grecia sigue enseñando casi 30 siglos después de haber comenzado a construir su cultura y su arte. Entonces, señores europeos, una rápida mirada a la cultura griega nos indica que las consultas no son extrañas, ni son afrenta ni traición, sencillamente son una práctica con una larga tradición cultural.

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