Breve ensayo sobre los pies
Recogiendo nuestros pasos
¿Cuánto les debemos a nuestras extremidades inferiores? un repaso a la huella del hombre, desde los griegos hasta hoy, a través de la historia, la literatura, la música y el cine. Podología y fetichismo.
Por: José Luis Garcés González * Especial para El Espectador
Uno:
Desde antes de nuestra era están los pies en la mitología, en la historia y en la literatura. Van algunos ejemplos. Los griegos, en La Ilíada, llamaron a Aquiles “el de los pies ligeros”. En la tragedia Edipo rey, de Sófocles, se narra que Layo, soberano de Tebas, tuvo un hijo que, según el oráculo, le daría muerte a su propio padre; para intentar evitar ese asesinato, Layo le ató los pies con unas hebillas al recién nacido y lo mandó a botar al bosque. Allí lo encontró un pastor y lo entregó a Pólibo, rey de Corinto; su mujer, Mérope, le cogió afecto al niño y lo llamó Edipo, que en griego antiguo significa “el de los pies hinchados”.
Los pies de Cristo, precisamente, fueron lavados con las lágrimas de María Magdalena, la de los siete demonios, que luego los ungió con un perfume que llevaba en un vaso de alabastro. En el capítulo 28 de la primera parte de Don Quijote nos encontramos que el Hidalgo Caballero, acompañado del cura y del barbero, observa o espía extasiado a la bella y desolada Dorotea lavarse los pies, “que no parecían sino dos pedazos de blanco cristal que entre las otras piedras del arroyo se habían nacido”. En la novela Changó, el gran putas, de Manuel Zapata Olivella, cuando el negro preso sabe que no puede caminar por tener grilletes, la voz del Oricha le aconseja: “Si no puedes caminar con los pies, camina con los ojos”.
En fin, la música (cómo olvidar el sentidísimo paseo que Arnulfo Briceño le hizo a Crescencio Salcedo, titulado Tus pies descalzos, o la hermosa canción Campesina, de Joan Manuel Serrat); el cine (cómo no incluir, por aproximación, el primer plano de la pierna insinuante de la señora Robinson, en El graduado, o los pies iniciales de Pulp fiction, de Tarantino, quien parece tener fijación podálica); el teatro (los montajes de los trágicos griegos), la pintura (cómo evadir el sensual pie izquierdo de La odalisca, de Matisse). En pocas palabras, todas las artes han incluido los pies en sus textos estéticos. De tal manera que no es exótico abordar un tema que hace casi treinta siglos tiene justificación histórica y mitológica.
Aunque parezca estar de más, debemos recordar que por los pies nos erguimos. Sin pies, quizá nunca nos hubiéramos levantado ni hubiéramos alcanzado los frutos o los cogollos comestibles. No hubiéramos escapado del ataque de las fieras. No existiríamos. La sociología y la antropología hablan del papel de las manos, de lo fundamental que fue, y es, el dedo pulgar para establecer el agarre y la tenaza. Aceptado. Pero no podemos desdeñar el papel de los pies para la penetración y la conquista de las tierras desconocidas y para concretar los descubrimientos de la geografía física, para señalar solo dos ejemplos. Todo nuestro cuerpo lo sostienen los pies. Impulsando los pies hacia adelante nos dirigimos al lugar que nos toca o hemos elegido. Si en determinado momento cambiamos los pies por un auto, una moto, una parihuela o un avión, cuando nos bajamos de esos aparatos tenemos que volver a usar los pies. Ellos siempre nos estarán esperando. Y eso que no hemos mencionado el andar en bicicleta, pues son los pies los que impulsan los pedales y estos a las ruedas. Los pies, hay que decirlo, tienen ya su especialización: la podología.
También los pies nos dan señales de nuestra salud y en la planta de ellos está reflejada toda la estructura del cuerpo humano. Al menos eso enseña la reflexología podálica, que ya cuenta con millones de adeptos y que les da trabajo a millares de masajistas y terapeutas en todo el mundo. Sin incluir a las esteticistas, encargadas de cuidarlos, mimarlos y gestarles una nueva belleza.
Dos:
Por otro lado, la historia del rol de los pies se pierde o confunde con la noche de los tiempos. Varios historiadores consideran que en el siglo X el excéntrico emperador chino Li Yu introdujo la adoración por los pies, y se cree que fue su esposa, o amante, Yao-niang, la que se ideó usar la venda para reducirlos de tamaño, pues ya se había diseminado la creencia de que el pie pequeño, llamado pie de loto, poseía una carga erótica y afrodisíaca inigualable. Esta costumbre, por contraste, la utilizaban las prostitutas y las mujeres de la clase alta o noble. El sistema de forrar y reducir los pies fue prohibido en China en 1912.
Vale recordar que a Cleopatra, favorita de César y de Marco Antonio, le encantaba que le chuparan el dedo gordo del pie derecho. En España, durante los siglos XVI y XVII, caló la moda de que el pie femenino “entre más pequeño es más bello”. Todo lo contrario de lo que se da por estos trópicos caribeños, en donde al pie grande, que también le llaman “ñame”, se le da, o daba, una connotación sexual: de acuerdo con el porte del pie, así era el tamaño del miembro masculino. Sin embargo, el mito de pie grande-pene grande lo derrotó en los años 50 del siglo pasado un tal doctor Asuán Rento, arubeño, comerciante en cueros, quien medía 44 en zapato y, según sus amantes, ese número enorme no tenía ni la más leve correspondencia con su asta viril. Cuentan que la hetaira llamada La Chilinga, después de conocer el episodio, explotó en un lamento: “Ay, lo que le iban a dar en hombría se lo dieron fue en pie”.
La escritora francesa Madame D’Aulnoy, luego de un recorrido por la España del siglo XVII, dejó, bastante extrañada, una nota: “…Después que una dama le ha brindado todas las complacencias a un caballero, la máxima entrega es mostrarle los pies”. Vemos, entonces, que del erotismo se pasó al fetichismo. Y no otra cosa puede decirse cuando en 2010 la cadena alemana eUrotic mostró en un programa cómo un pié era “poseído sexualmente”, mientras en la atmósfera gravitaba la Cabalgata de las Walkirias, de Richard Wagner. En este 2014 la Deutsche Welle, en su sección “En forma”, nos dice que cerca de Reykiavik, Islandia, existe la Laguna azul, en donde las jóvenes introducen los pies y los sacan hermosos y saludables debido al poder de las algas y de los minerales que poseen sus aguas. De allí se encaminan al encuentro con el amado.
Tres:
Parados sobre los pies, somos árboles sembrados en el paisaje. Pero los pies no están hechos para mantenernos fijos. Eso los daña, los cansa. Se sabe que en algunas guarniciones militares, uno de los castigos es el plantón. Sufren un cansancio extenuante los que son sometidos a ese suplicio. Los pies surgieron en el ser humano para movilizarnos. Su esencia es el movimiento. Su razón de ser es la dinámica, la proximidad, la búsqueda de la cercanía.
Sin embargo, los pies tienen mala fama y son, en un alto porcentaje, pésimamente tratados. Se los discrimina. Se los considera sucios, infectados de pecueca y portadores de muchos hongos y bacterias, y este es un criterio erróneo, pues, como está comprobado, muchísimas más bacterias tienen la boca y sus alrededores. Y cuando de higiene se trata, poca atención se les brinda. La toalla con que limpiamos nuestra cara no puede ser utilizada para secarnos los pies. Hacerlo es sucio, dicen las señoras pulcras. Por favor, ni lo piense. Pero, en verdad, no hay razones. Si los pies están tan aseados como el rostro, la misma tela que va a la cara puede y debe ir perfectamente a los pies. Si el trato desequilibrado, conduce a que los pies estén enfermos, la responsabilidad no es de los pies, sino del dueño de los pies, que los ha mantenido en el abandono y los ha llevado a padecer alguna patología.
También la mayoría de las damas en edad de merecer o seducir, tratan muy mal sus pies, y luego el cuerpo les cobra la irresponsabilidad. Hablo de los tacones de 15 centímetros o más. Esa línea que parece un fideo líquido que va de la suela al piso y que hace ver más alta a la mujer. Falsamente más alta. Pasar montadas toda una jornada o toda una fiesta sobre esas agujas verticales, es un innecesario heroísmo. No hay duda: una crueldad contra el propio cuerpo. Luego, los riñones, la columna vertebral, las rodillas, las pantorrillas o los genitales reaccionan y se producen los dolores, los ardores, las inflamaciones. Y, cómo olvidarlos, se forman los terribles juanetes. Y esto, sin importar que esos pies hayan sido lavados, olorizados, masajeados, piedrapomeados; y que esas uñas hayan sido pintadas, dibujadas, punteadas. El mal lo produjo la altura falaz que quiso lucir la persona. Es decir, la falsa oferta. En una palabra, la mentira. Recuerdo que algunos hombres en el Caribe, espoleados por la economía, les ponían carramplones a sus zapatos. No, no era para verse más altos. Era para ahorrarse el desgaste de las suelas y la compra de otro par nuevo. Pero creo que esa moda hace rato pasó a mejor vida. Ya no se oye el sonido de esas pequeñas herraduras contra el piso. Ese era un ruido caballar. Los zapatos para hombres, hay que aceptarlo, han mejorado mucho en comodidad; ya no producen vejigas cuando nuevos, ni aprietan en las puntas, y ya no hay necesidad de pagarle a alguien para que los “amanse”. La profesión de amansadores de zapatos, que fue medianamente fructífera, ya no existe.
Hace algunos lustros, comprar unos zapatos nuevos era una alegría, pero también una amenaza. Había que prepararse mentalmente para enfrentar su dureza y bastedad, especialmente en el área que tocaba el talón. Evoco a muchos pelados de siete años, incluyendo quien esto escribe, yendo a hacer la primera comunión, sufriendo con los zapatos apretados o con las vejigas en carne viva, caminando con la punta del pie, con el talón alzado y cojeando, con el ñango levantado, directos a la iglesia. Y luego, tener que soportar la inacabable ceremonia. Fueron los primeros mártires infantiles de una religión que ni siquiera conocían. Regresar a la casa era una felicidad; sacarse los zapatos, el mismo cielo. Si no se los habían quitado en el camino y los traían en las manos. ¡Pobres pies, cómo sufrían!
Pero también en los deportistas, los pies pueden ser victoriosos. No hablemos de futbolistas, que ya hay saturación. Dicen que los atletas africanos practican a pie pelado corriendo decenas de kilómetros perseguidos por un tigre hambriento. Los kenianos tienen los pies más rápidos y resistentes del mundo para cubrir tramos de largo aliento. Son hombres y mujeres flacos, con piernas y muslos delgados, pero con unos pies veloces y triunfadores. El solo hecho de que en la competencia recuerden el tigre persiguiéndolos, los torna en atletas inalcanzables.
Pero en ciertas personas que nacieron sin manos o que las perdieron en un accidente, por una compleja y aún inexplicable circunstancia cerebral, los pies se desdoblan y hacen las veces de pies y manos. Con esa capacidad única, o ese don, esos individuos escriben, pintan, tejen, pulsan la guitarra, suenan la percusión, manejan autos, dan conferencias, y la carencia la convierten en una destreza insólita que nos asombra y nos pone a pensar que todavía en el mundo hay mucho misterio por descubrir, mucho enigma por develar.
En apretado resumen, estos pies que nos llevan y nos traen, que avanzan y retroceden, que caminan con luz o que tantean los caminos en la oscuridad de la noche, merecen un nuevo reconocimiento, pues ellos nos han permitido movernos por la vida y lograr los objetivos que estaban a la distancia de nuestra ambición. Por eso, todo lo que el ser humano haga, debe ejecutarlo, como lo escribe el poeta José Manuel Vergara, con la convicción de que tiene los pies en la tierra.