LAS PALABRAS

ENÁN JIMÉNEZ SÁNCHEZ

 

Enán Jiménez Sánchez
Enán Jiménez Sánchez

Aseguran ciertos pensadores que la conducta humana llegó a un grado insufrible de estancamiento, que es incapaz de inventar un nuevo vicio. Quizás así sea. En particular me interesa el vicio antiguo de hablar por hablar, sin decir casi nada. Las conversaciones quintaesenciales se las podemos dejar a los intelectuales, a los espíritus libres.

¿Que tienen de atractivo las palabras insustanciales que cruzan las gentes? La descarga de manera inconsciente de la voluntad de la vida, la cual es la risa loca de la razón. En las horas de tedio o en el simple distencionamiento pasional, necesitamos hablar sin propósito con alguien que nos escuche sin ningún interés. Recuerdo que después del almuerzo, a la hora del café, mis papás y mis hermanas hablaban de cosas dañadas u obsoletas como si todavía sirvieran, del color de los vestidos de la abuela, el olor de ciertos lugares de la casa. Y así, enumeraban sucesos triviales, no para pasar el tiempo, si no para detener el tiempo en el vacío de sus palabras.seguran ciertos pensadores que la conducta humana llegó a un grado insufrible de estancamiento, que es incapaz de inventar un nuevo vicio. Quizás así sea. En particular me interesa el vicio antiguo de hablar por hablar, sin decir casi nada. Las conversaciones quintaesenciales se las podemos dejar a los intelectuales, a los espíritus libres.Aseguran ciertos pensadores que la conducta humana llegó a un grado insufrible de estancamiento, que es incapaz de inventar un nuevo vicio. Quizás así sea. En particular me interesa el vicio antiguo de hablar por hablar, sin decir casi nada. Las conversaciones quintaesenciales se las podemos dejar a los intelectuales, a los espíritus libres.seguran ciertos pensadores que la conducta humana llegó a un grado insufrible de estancamiento, que es incapaz de inventar un nuevo vicio. Quizás así sea. En particular me interesa el vicio antiguo de hablar por hablar, sin decir casi nada. Las conversaciones quintaesenciales se las podemos dejar a los intelectuales, a los espíritus libres.

Desde este punto de vista, las pláticas trascendentales, como por ejemplo las que se dan en las naciones en donde hay parlamento o un congreso son más nocivas y peligrosas. Los hechos lo comprueban. Por desgracia, hablar por hablar sólo es un gusto que se pueden dar las gentes que no se toman en serio la vida.

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